Ver a un chico llorar y putear por teléfono
Una anécdota familiar, el estado de situación de la guerra y un estudio sobre el miedo.
Mi prima Ana hizo aliá apenas terminado el secundario. Para no deschavarla omitiré precisar cuándo, y exactamente hace cuánto sucedió esta anécdota. Cabe apenas mencionar que fue antes de los smartphones, antes de llevar un dispositivo de rastreo individual en el bolsillo, antes de la hiperconexión instantánea y antes de que se nos extinga por completo la capacidad de asombro. La mamá de Ana, mi tía Patricia, llegaba a Israel desde Buenos Aires a visitarla un 1° de enero. Que el viaje haya sido con escala larga, de más de un día en Europa, es lo que debió haber confundido a Ana, que fue a esperarla al aeropuerto Ben Gurión el 31 de diciembre a la tarde. Dejaron de aterrizar vuelos, su mamá no llegó, el aeropuerto cerró, se hizo el año nuevo y mi prima quedó sentada en un rincón en el piso, llorando desconsolada. O al menos así me llegó la anécdota, que probablemente se fue desfigurando con el tiempo, perdón Ana si no fue tal cual. Mi tía pasaba el 31 en alguna ciudad de Europa, con amigos y amigos de amigos. Aquí viene lo insólito: a uno de estos últimos, a quien mi tía nunca había visto antes, le suena el celular, -insisto, ni teléfono tapita todavía- mientras cenaban: “¿Vos eras Patricia, no? Es tu hija Ana desde Israel”. Luego del rifirrafe lógico, y me imagino alguna que otra puteada -me dijiste que salías el 30 y llegabas el 31, no, salía el 30 pero llegaba el 1°, etc.- Patricia atinó a hacer la pregunta pendiente: “Decime una cosa, Ana Clara, ¿cómo consiguieron este número?”. Acá estoy seguro de que la anécdota fue reconfigurada algunas veces, pero desde que la escuché en esta parte entra la voz de mi prima y dice: “Mamá, vos sabés que acá no pueden ver a un chico llorar y hacen lo que haga falta para solucionarlo”.
Es esa noción de seguridad y de cuidado general la que explica que a pesar de la peor tragedia que vivió el pueblo judío en casi un siglo los números de consultas por aliá se hayan multiplicado en todos los países. Aun después de que el Estado de Israel le haya fallado como nunca antes a su población en su misión de cuidarlos, éste sigue siendo el garante número uno de la seguridad de todos los judíos del mundo. Sea con su aerolínea de bandera, sus servicios de inteligencia, su ejército o su diplomacia. Conocí personas que se fueron después del 7 de octubre, todas por motivos distintos a la seguridad, en general planeado desde mucho antes. También conocí personas con ganas de encontrar una vía a un pasaporte europeo por razones económicas o sociales, descreídos del país por motivos políticos. Pero todavía no supe de ningún israelí con miedo.
En estas cosas trato de pensar para no dejar que me absorba el pesimismo, motorizado más que nada por el desastroso gobierno que Israel tiene desde hace un año, responsable de todo lo que pasa internamente excepto del manejo táctico de la guerra, que no es malo, y en el cual interviene menos de lo que intenta aparentar. El problema, en este caso, y haciendo caso omiso de la antología de retórica impresentable de los ministros, es que no supieron o no les interesó comprar más tiempo diplomático para terminar el trabajo. Desde el día uno que sabemos que los dos objetivos, -acabar con Hamás y el regreso a casa de todos los rehenes- son incompatibles. Tampoco se puede culpar a Netanyahu por imponer los objetivos, nadie pidió menos que eso en ese momento, y las encuestas actuales tampoco arrojan con claridad una demanda distinta. La administración interna de la guerra es desastrosa porque siguen jugando a la política barata, apelan a la unidad buscando que el consenso no sea un punto medio sino algo que les quede cómodo. Tildar de antisemita a la agencia Moody’s porque bajó el rating crediticio del país por el desastroso armado del presupuesto no ayuda a comprar tiempo. Abrirle la puerta a las familias de los rehenes y a los miles de desplazados en ambos frentes tampoco, pero sería un gesto esperable de parte de quien debe mostrar altura y liderazgo.
La retórica y la falta de gestos y gestión del gobierno viene alimentando pasivamente una división que me dolió físicamente hace unos días, cuando recorrí otras ciudades fuera del área metropolitana de Tel Aviv. En esta zona es imposible hacer 100 metros sin recordatorios de los que llevan cuatro meses secuestrados en Gaza. Carteles con fotos de cada uno de ellos o leyendas más genéricas, Bring Them Home, remeras negras con letras blancas y vivos rojos, murales enteros, paradas de colectivo intervenidas cintitas amarillas en las manijas de los autos. Pero en otros puntos del país, no voy a dar nombres, me angustió la falta de estas indicaciones. Si esos recordatorios me hacían sentir asfixiado, su ausencia me pega derecho en el mentón. Nos quebramos vía Twitter cuando seres despreciables arrancan carteles de un poste del Bronx, mirá si no voy a angustiarme porque alguien no los pegó en el lugar en el que pertenecen. Si bien cínicamente pienso y nunca digo en voz alta que será difícil recuperarlos con vida, y que lo de Luis y Fernando esta semana fue algo más cercano a un milagro, no podemos pedir menos que quererlos a todos de vuelta en sus casas. Tal vez me sobrepaso con mi valoración, pero por momentos parece que no alcanza con que sean judíos o israelíes. El capricho de la geografía quiso que casi todos los secuestrados sean seculares, a la izquierda del espectro ideológico, y que sean quienes venían bregando por mayor seguridad (y menos indulgencia ante Hamás) desde hace una década y media. No es el reclamo actual, por su liberación, sino los anteriores, seguridad estratégica definitiva y mayor libertad civil, lo que parece perturbar a otra parte de la sociedad israelí atravesada. Es crudo decirlo, pero entre asesinados, secuestrados y allegados a éstos, enojados con el manejo en ambos temas, el gobierno no perdió votos porque nunca los tuvo. Los residentes de la zona que rodea Gaza son el verdadero alma y corazón que hizo Israel, la fuerza que convirtió páramos de malaria y desiertos en oasis y tierras fértiles, y si pedían medidas más firmes para evitar correr al refugio con una alarma que da sólo quince segundos es porque justamente no tenían o no tienen miedo.
Nuestros incompetentes
La ventana de oportunidad se está convirtiendo en un orificio pequeño, del tamaño de la bala que Israel tiene en la mano. La Casa Blanca y los gobiernos sensatos de Occidente sólo le dieron a Jerusalén unos tres meses de comodidad para operar. Biden reclama desde el día uno alguna idea sobre el día después, pero ahora pone eso como excusa para putear por teléfono a Bibi. Literalmente, putearlo, fucking asshole trascendió. Lo que lo apremia es que hoy el escenario más plausible es la epidemia de apatía que sufrirá el voto demócrata joven en noviembre. Imponiendo escollos a Israel, del cuál fue el mejor amigo norteamericano de todos, Sleepy Joe se ve devolviéndole a Trump las llaves del Salón Oval y el nuclear football. Es cierto que la semana previa al 7O había sido la peor de la relación bilateral en lo que va del siglo, pero si Washington promueve un reconocimeinto a un Estado palestino unilateralmente, como se habla en estas horas, la puñalada trascendará administraciones e ideologías, y quedará en los libros entre las grandes traiciones diplomáticas de la historia. Para colmo, sigue vigente la amenaza de agregar a la lista de sanciones a Ben Gvir y Smotrich. Algunos habitantes de los asentamientos de Cisjordania, vaya y pase. Ben Gvir y Smotrich son dos impresentables y dos ministros incompetentes, pero son nuestros ministros incompetentes, y nada hicieron en la práctica (en el último año, obviemos los pecados de juventud) para semejante precedente. Una retórica de mierda que nos dejó mal parados, sí, obvio, te concedo lo que quieras, pero que un gobierno extranjero acometa contra el nuestro por palabras que se lleva el viento tampoco me divierte. Sería otro fracaso que Netanyahu no va a reconocer, otra responsabilidad que no va a asumir.
Eso marida a nivel interno con la comedia de enredos en la que el ejército avisa al gobierno que se está quedando sin recursos humanos, entonces por qué no llamás más reservistas, porque los diste de baja vos porque se derrumba la economía, entonces llamalos de vuelta, pero mirá que no es sostenible, entonces que el servicio regular dure más tiempo, y por qué no tener más conscriptos ultraortodoxos, uy tengo mala señal, te dejo que se corta.
La única salida es Rafaj
Yahya Sinwar se escapa como la rata que es por los tirantes de Rafaj, justo debajo del millón de gazatíes desplazados por la guerra que él comenzó. Hamás ya perdió más de la mitad de sus hombres entre muertos en combate, heridos y detenidos. La diferencia técnica entre fuerzas resultó ser mayor aún de la que se estimaba, a pesar de la cancha inclinada que es una zona de combate embebida en un área urbana, llena de trampas cazabobos y violaciones al derecho de Ginebra. Los incidentes adversos para el ejército de Israel fueron razonablemente pocos, que no nos nublen dos o tres tragedias atendibles, y su performance generalmente buena, el timing de la conquista de objetivos hasta ahora el lógico, y efectivamente sería una pena no terminar el trabajo y haber enterrado a más de 200 de nuestros mejores cuando falta tan poco. Parece verla Egipto, que dicen que está construyendo un campo de refugiados del otro lado del Eje Filadelfi, es decir, al sur de Rafaj, pero Biden ya no es el mayor sionista del nuevo mundo, Europa se empieza a incomodar y a los burócratas jerarquizados de la ONU ya les chupa un huevo cuidar los modales y se atreven a hacer comentarios abiertamente antisemitas en on. Eso es lo que Netanyahu y compañía tenían que cuidar. Eso y que la sociedad no se desmorone, y ahí estamos, cortando clavos para que Estados Unidos no nos traicione, y en camino a un quiebre del contrato social que otro día te la cuento porque éste estaba llamado a ser un texto optimista.
La Cúpula de Hierro, los juegos de plaza como refugios antimisiles, los aviones de El Al con sistema de defensa antiaéreo, el ejército como la institución más respetada del país, la certeza de que ante el desafío de un chico llorando los servicios de inteligencia son capaces de encontrar una aguja en un pajar en minutos, todo eso genera anticuerpos que se traducen en que la autoestima y la seguridad del ciudadano promedió israelí sean altas y que probablemente se trate de la sociedad con menos miedo inmiscuido del mundo libre. Por eso me atrevo a decir que el mayor temor que hay en este país es el que tiene Netanyahu a que se caiga su gobierno, y eso lo lleva a no decir una palabra ante las irreverencias bobas de su gabinete de impresentables. La única manera de refutar eso es apostar por la otra hipótesis sensata, que es que en realidad esas barrabasadas las pone él mismo en boca de sus laderos. O las dos a la vez, claro. Igual es irrelevante, que vuelvan todos a casa y que mueran todos los terroristas, nosotros vamos a seguir acá.
Me tomó 132 días de guerra, la misma cantidad de días que de secuestrados en Gaza ahora mismo, más o menos saber qué tenía para decir y retomar este espacio. La última vez había sido sobre la reforma judicial, qué felices éramos cuando nos cagábamos a puteadas entre nosotros. Planeo volver, escribir más seguido y más variado, tal vez menos informativo y más personal e incluso tal vez menos sobre Israel. Me desagrada y empalaga el nombre que le puse a este newsletter hace más de tres años. No era diferente el rechazo en ese momento, pero créanme que era tanto más joven y despreocupado y las palabras tenían menos valor y peso y las usaba mucho menos. Así que no se sorprendan si aparecen textos distintos con título distinto. De hecho, ojalá así sea. Aprecio el feedback en forma de respuesta a este mail o tweet, no hay planes de empezar a cobrar por esto así que suscriban y compartan que es gratis.