#16 El combustible de la coalición
Breve y torpe introducción a la reforma judicial y a la crisis institucional israelí
El camino de la actual y decisiva crisis en Israel tiene un montón de comienzos posibles. Arbitrariamente podríamos establecerlo en noviembre pasado con el resultado de las últimas elecciones, en la fundación de un Estado sin constitución en 1948, en el Primer Congreso Sionista de 1897 o en el pacto entre Abraham y Dios hace cuatro mil años. Da igual.
Lo que importa es que, sin dar demasiados detalles, Binyamín Netanyahu comenzó a foguear la idea de una reforma judicial como parte de su campaña electoral el año pasado. Reforma que, a propósito, nunca había insinuado necesaria durante los 15 años anteriores en los que ejerció como primer ministro. Lo diferente en este Netanyahu es que asumió sentado en el banquillo en un juicio por corrupción y debió negociar, ya sin asco, con los únicos socios posibles que le quedaban para llegar al número mágico. Socios que años atrás desestimaba por demasiado extremistas, antiliberales, poco confiables o directamente piantavotos.
Efectivamente, parte de la sociedad israelí continúa en un inexorable camino hacia la derechización nominal e irracional, pero además Bibi supo hacer otra vez las cuentas a tiempo. La suma de los votos del rejunte de traicionados por Netanyahu fue menos que el todo: los partidos más a la izquierda no se unieron y desperdiciaron los votos que no pasaron el umbral electoral, y la sobreoferta de centro-izquierda-derecha-arriba-abajo tibia se comió a sí misma. Yair Lapid, Benny Gantz, Gideon Saar, Avidgor Liberman, un auténtico póker de liberales, seculares, presentables para todas las suegras del mundo libre, pero todos muy por detrás del animal político que hace del Likud lo que se le canta desde hace tres décadas. Naftali Bennett, el primer primer ministro con kipá, demostró durante ese “gobierno del cambio” que merece también estar en ese combo. Su pragmatismo y empatía serían elogiables si no hubiese sido el líder del partido al que se le fugaron los miembros que llevaron a la disolución de la Knéset y el regreso del Perón de la Cesarea Marítima.
Disclaimer: no soy abogado, mi expertise está lejos de los procesos legales, por lo cual la siguiente explicación e intento de simplificar puede sufrir de contradicciones o hasta terminar diciendo lo contrario a la realidad. Tomar como de quien viene, esto no es asesoramiento financiero.
Cuando el Estado de Israel es fundado en mayo de 1948, la propia Declaración de Independencia insta a redactar una constitución a la brevedad. Sucesivas guerras y falta de consenso sobre diversos temas van posponiendo, y llegamos al día de hoy con una serie de Leyes Básicas o Fundamentales, artículos sueltos, de carácter constitucional, que tocan diversos temas y tienen distintos mecanismos de modificación. Algunos por mayoría simple, otros con supermayoría de tres cuartas partes de la Knéset. La Corte Suprema se autoasigna la tarea de cuidar la constitucionalidad tanto de estas Leyes Básicas como de todas las que promulgue el parlamento. La misma Corte preside y termina controlando el mecanismo de selección de jueces. Hasta aquí inestable pero bien, nada parece demasiado raro. El Estado funcionó, leyes fueron aprobadas o devueltas al parlamento por inconstitucionales como en cualquier país fundado por hijos de vecinos. Nada demasiado escandaloso si no tenemos tiempo de desviarnos ni entrar en detalles. Todo se manejó por usos y costumbres, y la Corte pudo haberse entrometido más de lo que tienen permitido órganos análogos en otros países, en parte por esta situación precaria y de continua emergencia, con guerras declaradas, fronteras endebles, todo aquello que ya sabemos, y que viene con el paquete Israel indefectiblemente.
Pero al fin y al cabo, esas Leyes Básicas son donde tenemos para agarrarnos. La experta constitucionalista Suzy Navot, curiosamente nacida en Uruguay, dice que si “camina como una constitución, suena como una constitución y parece una constitución, aunque la llames Ley Básica, es una constitución” Recomiendo esta entrevista en inglés (también disponible en podcast) para apreciar desde una perspectiva liberal en el buen sentido los ribetes especiales que tienen estas leyes en Israel.
El paquete de reformas que traen Netanyahu y sus laderos, el ministro de Justicia, Yariv Levín, y el Presidente de la Comisión de Leyes y Asuntos Constitucionales de la Knéset, Simja Rotman, contiene más de cien enmiendas. Decidí hacerles precio y discutiremos sólo las dos más importantes, pero FYI, otras leyes, algunas incluso ya aprobadas o a punto, tratan temas polémicos como los mecanismos para poder destituir al primer ministro, y una enmienda hecha a medida para que el líder del partido Shas, el criminal condenado Aryeh Deri, pueda asumir como ministro a pesar de su inhabilitación, dictada, claro está, por la Corte Suprema.
En fin, los dos grandes vehículos de movilización son:
Cambiar la composición del comité de selección de jueces (y que la coalición de gobierno tenga mayoría).
Que el parlamento pueda revertir dictámenes de la Corte Suprema sobre la constitucionalidad de las leyes… con mayoría simple.
El primero de los dos puntos es ligeramente menos polémico porque hay voces que se oponen a la reforma en general que reconocen una necesidad de mayor balance. Claro, nadie sensato está de acuerdo con que una misma fuerza, que por diseño controla ejecutivo y legislativo, pueda darle la forma que quiera al poder judicial.
Es tema para otro artículo, pero desde Likud y los partidos religiosos (tanto nacionalistas/sionistas como ortodoxos/no-sionistas) vienen alimentando la idea de que la justicia toda tiene un sesgo de izquierda, liberal, secular. Y que siendo la misma corte la que tiene el mayor peso a la hora de elegir nuevos jueces, siempre prima el criterio de mantener a esta casta o familia judicial bienpensante, sensible, telavivi, de izquierda, blanca y ashkenazí. No sé si alguien habrá hecho la cuenta pero es casi seguro que entre los apellidos de los jueces priman los europeos por sobre los orientales.
De cualquier manera, desde mi pequeño rincón me tomo la libertad de rebatir parte de esta afirmación. Si los jueces realmente tuvieran un sesgo secular y liberal marcado este país sería bastante más amable con quienes profesamos ese estilo de vida. Hoy las batallas por el matrimonio civil o el transporte en Shabat parecen estar perdidas, y nos contentamos con más o menos mantener una democracia funcional en donde sin auto estás condenado a quedarte encerrado el fin de semana en tu casa, o tener que viajar a Chipre para casarte, entre otras cosas. Aquí hago agua, no quiero debatir los méritos ni la historia de la actual composición del organismo, pero no hace falta ni medio dedo de frente para advertir que una mayoría simple parlamentaria designando jueces a piacere dista de la idea de democracia funcional.
Y ni hablemos entonces del segundo punto. Hay hasta una especulación risueña. ¿Qué pasa si la Knéset aprueba esa especie de per saltum, pero la Corte declara inconstitucional eso de no tener la última palabra en cuanto a la constitucionalidad de una ley? ¿El parlamento lo revierte en virtud del poder que le da la propia ley que está tratando de revertir? ¿Esa ley se legisla a sí misma? ¿Entramos en una paradoja tiempo-espacio y llega el Mesías con el tercer templo? Todo es posible.
A medida que Rotman y Levin fueron avanzando la legislación, y viendo que ninguna voz sensata y corajuda dentro de la coalición se oponía, distintos actores de la sociedad fueron mostrando sus reparos. Las empresas de hi-tech, responsables de la porción de ingresos más grande, fueron las primeras en saltar. Con una justicia intervenida dejaríamos de ser un destino agradable para las inversiones extranjeras. Titulares de entidades financieras, el propio banco central, todos los ex jueces de la corte, todos los ex primeros ministros, empresarios de todos los sectores, ex Jefes del Estado Mayor y titulares de agencias de seguridad. Cada una de estas 13 semanas desde que comenzaron las protestas y movilizaciones se fueron sumando nuevos sectores, relevantes y respetados en todos los ámbitos. Y sobre todo, y primero y principal, los soldados: reservistas de todas las fuerzas, en especial pilotos, se manifestaron en contra de servir si las instituciones pasaban a ser disfuncionales. Y si hay algo con lo que no se jode acá es eso. El ejército y las agencias de seguridad son instituciones centrales en la vida del país a nivel colectivo y de los ciudadanos y familias a nivel individual. No se habla del tema en estos términos porque es un sobreentendido, pero si este país existe es porque con estas cosas nunca se rompió el consenso.
Ya desde hace un par de semanas se rumoreaba que, tras analizar la situación, el ministro de Defensa, Yoav Galant, se había puesto en alerta respecto de las renuncias de reservistas. No estábamos lejos de llegar a un número que podría impedir el normal funcionamiento de las Fuerzas Armadas en tiempos en que la situación en Yenín está picante, hubo un par de movimientos poco usuales desde Líbano, e Irán presume estar cerca del porcentaje deseado de uranio enriquecido para fabricar armamento nuclear. Hace dos jueves Galant anunció que iba a dar un discurso público, se rumoreaba que iba a pedir que detengan el proceso. Netanyahu anunció que él también iba a hablar, postergó varias horas un viaje planeado a Londres, lo citó en su oficina, asumimos que lo retó, llamó a la paz y la unidad y la moderación pero no anunció nada relevante. El sábado a la noche, con Netanyahu a punto de regresar, Galant juntó fuerzas de vuelta y pidió públicamente una pausa en la reforma. El domingo por la noche se anunció que Netanyahu lo despedía, medio país salió a la calle, imágenes de honda familiaridad con cortes de ruta, barricadas y protestas frente a las casas de los líderes. El lunes por la mañana la central de trabajadores,Histadrut, anunció el paro general, y la mayoría de los empresarios no sólo acataron sino que llevaron adelante un lock out patronal simultáneo. Los shoppings, bancos y supermercados, cerrados, los hospitales trabajando al mínimo, El aeropuerto Ben Gurión suspendió la mitad de sus operaciones. No se veía algo así desde el Mandato Británico. Netanyahu salió a decir temprano que iba a hablar, terminó haciéndolo a las 8 de la noche tras negociar con varias patas de su coalición, incluyendo a Ben Gvir, el ministro de Seguridad Pública que no fue al ejército porque no pasó el psicotécnico. Hace un par de años Ben Gvir era mala palabra y Netanyahu se veía en la obligación de decir que de ninguna manera formaría parte de un gobierno suyo. Hoy tuvo que firmarle un papel en el que se compromete a financiarle una “Guardia Nacional” todavía no sabemos bien con qué fin, con tal de que acuerde poner un freno temporal a la legislación y no rompa la coalición de gobierno.

Tras la jornada histórica de protestas, perder la calle y parte de la legitimidad, Netanyahu anunció el lunes pasado por la noche que el proceso legislativo se pausa hasta que termine el próximo receso de la Knéset, a mediados del verano. En el mejor de los casos ganó algunas semanas, pero el daño del caos y la división ya está hecho.
A medida que fue traicionando a sus distintos socios, Bibi siempre logró encontrar alguien nuevo que le hiciera la segunda para formar o mantener un gobierno. Este país es chico y se quedó sin quien poder cagar. En las elecciones de 2021 fue el candidato más votado, pero no tuvo manera de lograr 61 bancas sin partidos árabes. Aunque lo niega, también lo intentó con ellos. Le tomó más de un año pero logró hacer caer a ese frágil gobierno del cambio formado por 8 partidos de todos los tipos; izquierda, derecha, centro, secular, religioso, árabe.
El problema ahora es que, por primera vez, Netanyahu tuvo que encomendarse a una alianza en la que él es el actor más liberal y centrado. Se quedó sin poder de negociación, sin válvulas de escape. Tuvo que ir all in y prometer hasta lo tabú a sus nuevos socios. Posiblemente Bibi siga siendo uno de los políticos más vivos del mundo, pero ahora sin trucos, sin margen de maniobra y al natural, tirando mordiscos sin poder disimularlo, acorralado en su propio laberinto.
Lo más factible es que para el verano nos volvamos a encontrar en la misma exacta situación, pero con mayor decantación en las sucesivas encuestas que ya comenzaron; si hoy hubiese elecciones la oposición tendría muchas más chances de formar un gobierno. Bibi se sobregiró en solo tres meses, pero tampoco había otra opción. Medidas como esta reforma son el combustible con el cual la coalición que armó funciona, el cordero pascual que sus aliados de partidos religiosos le piden sacrificar. Ahí veremos dónde está el límite de Netanyahu, menos el moral que práctico, y si lo que sea que allí hay alcanza para que los últimos socios posibles que le quedan no salten del barco.