En La espera, Borges hace afirmar al protagonista que “Los días, en la memoria, tienden a ser iguales, pero que no hay un día, ni siquiera de cárcel o de hospital, que no traiga sorpresas”. Es un diálogo consigo mismo el falso Villari busca atenuar los efectos de una reclusión incierta y bajarle el tono al padecimiento. En el campo, en la realidad, es posible que nadie que no se duche a diario de un optimismo latoso e insoportable para terceros pueda sostener tamaño postulado demasiado tiempo. Pero esta afirmación borgeana, para bien o para mal, en Medio Oriente es especialmente cierta, tanto en tiempos de guerra como de paz.
Y esto es principalmente notorio los días viernes, el momento más intenso y contrastante de la semana. Hace 48 horas estuvo a la vista. En Jerusalén hubo de nuevo incidentes sobre el monte del Templo entre la Policía de Israel y los fieles de Al Aqsa, nuevamente abastecidos con piedras. En el resto del país, especialmente en el sur, todo el mundo se apresuró, desde temprano a la mañana, a hacer las compras para el fin de semana y las compras retroactivas tras once días de lluvia de cohetes, alarmas, tensión e incertidumbre.
El viernes, precisamente al mediodía solar, es la Salat Al-Yumu’ah, literalmente “Rezo del viernes”, el momento más importante de la semana islámica, que viene acompañado de un sermón, a veces cargado de política. Alguna vez, caminando con mi amigo Yoel hacia el Muro Occidental, nos metimos un viernes a media mañana por el Barrio Musulmán de la Ciudad Vieja y la sensación no era muy distinta a la de estar caminando hacia La Bombonera un domingo vestidos de rojo y blanco. La marea humana iba en una sola dirección, hacia Al Aqsa, y lo mejor fue seguir derecho hasta encontrar un giro que nos desvíe, sin retroceder.
Alrededor de las dos de la tarde todo comienza a ralentizarse, y a las cuatro o cinco ya no queda nada. Ni transporte público, ni negocios, ni restaurantes. Sólo en las zonas más céntricas de Tel Aviv hay un rezago de lo que se entiende por viernes a la noche en el resto del mundo.
Esta bipolaridad, de total caos por buscar lo que falte para la heladera, correr al último autobús y rematar la fruta que sobra en el shuk, contrastado con el silencio de la noche, se notó aún más, por omisión, el viernes pasado.
El sexto día es semi hábil, un sábado argentino chapado a la antigua, con pocas oficinas abiertas y escuelas media jornada. Por eso en KAN en Español, por ejemplo, no hacemos transmisiones en vivo sino que repetimos notas de la semana. Pero estalló el conflicto y no quedó más remedio que hacer un informativo especial, lo mismo al día siguiente. El viernes me tocó ir a la oficina, y la imagen no podía ser menos viernes. De hecho se pareció mucho al último cierre total de enero, cuando en lugar de 20 minutos tardaba 5 en llegar al trabajo, por la falta de tráfico. Llegué con chofer y custodia personal. Cuando subí al colectivo sólo estaban el conductor y un soldado con una M16 sentado detrás de él. Nadie más subió durante el trayecto, ni los semáforos se animaron a retenerme. No me gusta creerme nada pero sentí que el mensaje del destino era que estaba yendo a hacer un trabajo importante, informar, en tiempos de incertidumbre y ansiedad. Afortunadamente para la tarea de contención del ego, los días siguientes retiraron los soldados destinados a los colectivos, dejaron de sonar las alarmas en el centro del país y la gente salió un poco más.
Durante esta quincena mi cantidad de seguidores en Twitter creció un 50% y recibió una abrumadora cantidad de recomendaciones. Yo recibí incontables (y todavía juzgo, increíbles) agradecimientos por la tarea de informar, y muy apreciados mensajes de preocupación, tanto de viejos conocidos como de gente que así se presentó. Este newsletter también creció mucho en suscriptores y aprovecho entonces para dar la bienvenida en esta misma línea a quienes lo reciben por primera vez. Me metí en los refugios públicos en vivo para la TV argentina dos veces, hablé con un par de decenas de medios, dormí casi nada y temí por mi vida. Pero no por las razones que ustedes piensan.
Mientras le ponía literalmente el punto final a esta nota publicada el domingo pasado en Seúl, sonaron las alarmas en el centro del país. Enseguida supimos que había caído un cohete en una esquina céntrica de Ramat Gan, el suburbio de Tel Aviv en el que vivo. Muy rápido trascendió que un hombre estaba gravemente herido, y minutos después se confirmó su muerte. Gershon Franco tenía 55 años y no pudo llegar a un refugio a tiempo. No tenía una habitación segura en su departamento y una discapacidad le impidió movilizarse hacia otro espacio. Temí entonces, no por el cohete que cayó a quince cuadras de mi casa, sino por la medida que tomé para mostrarlo. En un acto de reflejo periodístico, asumo, me subí lo más rápido que pude a un monopatín eléctrico de alquiler por primera vez para mostrar el lugar de los hechos en vivo para la La Nación+. Todavía no puedo creer haber salido ileso, porque mi torpeza para manejar este cacho de hierro con ruedas y motor fue exactamente la que esperaba de mí mismo. Era la única manera de llegar al lugar rápido, el cohete había caído en Shabbat.
Una vez allá, lo que me sorprendió, más allá de la cantidad de personal policial, médicos, defensa civil, bomberos y algunos curiosos, y de lo calmo y organizado que estaba todo, fue que había llegado muy tarde. No había pasado una hora de la alarma, vi irse al camión de bomberos y me tuve que subir del asfalto a la vereda porque ya estaban limpiando con camiones hidrantes los cordones, levantando vidrios y hasta tapando los baches. Esa misma noche ya no había manera de notar que esa esquina había sido el escenario de la noticia del día. La vida ya estaba continuando, los padres seguían jugando al fútbol con sus hijos en las plazas del barrio, los dueños sacaban a sus perros. Esas cosas confunden un poco a la memoria y al recuerdo de los días. Efectivamente, aunque siempre deparan sorpresas, especialmente en Medio Oriente, tanto en tiempos de guerra como de paz los días pueden tender a parecer iguales.
Tras 48 horas de cese al fuego respetado, con Hamás, Irán, Hezbolá y hasta la Autoridad Palestina festejándolo como un triunfo, hoy no parece que estemos cerca de volver a las hostilidades. Resta esperar cómo se desenvuelve la situación política, con Yair Lapid aún a cargo de formar gobierno, elecciones para presidente la semana que viene, el acuerdo nuclear renegociándose en Viena, la interna palestina con un Hamás envalentonado, el juicio a Netanyahu en el tribunal de Jerusalén, la investigación de la tragedia del monte Merón. La agenda cotidiana, la normalidad.
Tomer Yeshayahu tiene un especial talento para escribir letras lindas y hacerlas prescindibles si uno no entiende el idioma. Esta canción, Natalí, de su último disco, va en ese plan. Disfruten, buena semana para todos.